Por Joaquín
Gracia
>>>Debate
La problemática en incendios forestales hay que intentar resolverla
desde sus causas. Pero son cada día más complejas y se debería de avanzar en
todos los frentes. En el ataque directo al incendio, claramente nos hemos quedado atrás. En esta entrada de debate propuesta por Joaquín Gracia, bombero de la Comunidad de Madrid, os planteamos por qué no se puede apagar con agua en ataque directo a un incendio forestal ¿existen alternativas?
Ya en el año 6, el emperador Augusto creó en Roma un cuerpo que
vigilaba, recogía y echaba agua al fuego. En el año 2019 hacemos lo mismo. Más
cantidad y con mejores medios, pero lo mismo. No es de extrañar pues que el
fuego nos supere. En 2017, un par de
meses después del trágico incendio de Pedrogao, hubo una gran ola de calor y
viento que derivó en más de 500 incendios simultáneos en Galicia, Asturias y Portugal.
Algunos compañeros fueron de forma voluntaria a echar una mano dese la
Comunidad de Madrid. En un informativo veo a un compañero intentando apagar un
pequeño arbusto con una autobomba. Había
condiciones de fuerte viento. Lo apagaba
por la derecha, ardía por la izquierda, lo apagaba por la izquierda, ardía por
la derecha, así todo el rato. El arbusto jugaba con él. De fondo todo el pueblo
estaba rodeado por el fuego. Y cada bombero con una instalación peleándose por
apagar un solo arbusto. Durante estos
días en Portugal volvió a haber un
trágico incendio con decenas de víctimas. Estas condiciones las hemos sufrido todos los que nos dedicamos a la
extinción. Uno se siente realmente impotente cuando ni siquiera consigue apagar
un triste arbusto y hay que detener el fuego sí o sí. Me resulta inconcebible
que en el siglo XXI no tengamos mejores herramientas. A día de hoy los
incendios han evolucionado ¿y nosotros?
Un
incendio se considera según las últimas teorías de los especialistas en la
materia que escapa a la capacidad de extinción directa desde 4.000 kW/m. Con métodos indirectos como
medios aéreos y contrafuegos se podría controlar un frente de no más de 10.000 kW/m. Por ejemplo, en el incendio de Pedrogao se calculó un promedio
de 138.000 kw/m. Realmente muy lejos de la capacidad de
extinción.
Para
simplificar este asunto complejo se ha popularizado la famosa “regla
del 30” para valorar la virulencia y falta de efectividad en los incendios. Y
no faltaba razón. Un incendio con calor (>30ºC), baja humedad (<30%) y
fuerte viento (>30 km/h), escapa fácilmente a la capacidad de extinción. No
hacen falta grandes cargas de combustible y en estas condiciones es muy difícil
y a veces imposible de apagar incluso un pastizal. Si hay condiciones
favorables en los combustibles, un fuerte viento convierte un incendio en
inextinguible. No tenemos herramientas ni tecnología adecuada para detenerlo.
No
trataré la extinción indirecta, pues ésta, a día de hoy, sí que pienso que es
eficaz en el máximo de sus posibilidades. Los medios aéreos y los contrafuegos
consiguen el máximo de eficacia sobre el terreno. El problema es que no siempre
ni en cualquier lugar pueden utilizarse. A la hora de detener de forma urgente
un frente que va a arrasar una zona de interfaz o una población hay que tener
herramientas de ataque directo más eficaces, pues hay que actuar sí o sí. Hay
varios casos recientes cada vez más cercanos de decenas de víctimas, miles de
casas arrasadas, etc (incendio de Mati en Grecia y numerosos ejemplos en
nuestro país)
MOTIVOS DE LA
INEFICACIA DE LA EXTINCIÓN CON AGUA EN INCENDIOS FORESTALES
La teoría nos
dice que la extinción del fuego con agua se produce por refrigeración y
sofocación pero en realidad la aplicación del agua mediante autobombas en
ataque directo a la llama lo que realiza es una ruptura de la reacción en
cadena de forma física. Me explico. Teóricamente el agua extingue por
refrigeración (reduce la temperatura de los gases inflamables) y sofocación
(desplaza el oxígeno de la zona en combustión). Pero esto no explicaría por qué
una zona ya apagada en presencia de viento vuelve a prenderse. Si ha sido
apagada por refrigeración, tendrían que haber dejado de existir los gases de
pirólisis, pero la práctica demuestra que esto no es así. Continúan existiendo
y en condiciones de fuerte viento, llamas y pavesas de zonas cercanas o por las
propias brasas en contacto con el gas inflamable, el combustible vuelve a arder.
Paradójicamente, para realizar una extinción eficaz por refrigeración, el agua
debería emplearse de forma muy pulverizada y evaporarse gran parte de ésta, de
forma que el calor latente de vaporización sea empleado en evaporar el agua y
no en calentar los gases inflamables. Este hecho dista mucho de su empleo real
en abundantes ocasiones, pues el 90% del volumen del agua empleada termina en
el suelo de forma rápida sin cumplir apenas función alguna. Además, los
cálculos teóricos del agua necesaria para apagar por refrigeración a veces son
muy superiores a los efectivamente empleados. Hagamos unas pequeñas cuentas:
El
agua absorbe 1 cal/gºC por calor específico y luego 540 cal/g al evaporarse. Unas 615 cal aproximadas por g de agua desde que se emplea
hasta su utilización. Pero los combustibles leñosos desprenden hasta 4500 cal/g.
O sea que para cada g de biomasa que arde necesitaríamos evaporar 7 g de agua. En
un modelo de combustible de 20-30 ton/ha ¿cuánta agua nos haría falta? Y a esto
habría que añadirle muchísimos factores adicionales. Todo el entorno es un
sistema y tienden a igualarse las energías. Cada g de aire que el agua tiene
que atravesar le puede aportar 0,240 cal/gºC y esto sólo en el m3
anterior a la llama podrían ser hasta 288.000 cal aprox. Por eso con frentes de
elevadas temperaturas el agua a veces ni siquiera consigue llegar a los combustibles.
Todas las líneas isotérmicas progresivas que el agua tiene que ir atravesando
desde el lugar de trabajo (50ºC) al fuego (1000ºC) en un frente de alta
temperatura van a aportar tal cantidad de energía al agua que casi ni alcanzará
el fuego por evaporarse antes. En condiciones de calor y fuerte viento, éste le
aporta muchas más calorías al sistema tendiendo a evaporar mucho más agua
haciendo más ineficiente la refrigeración. Por ejemplo un viento de 50km/h a
40ºC tendería a evaporar hasta 100g/s/m3 de agua. En definitiva, la
energía absorbida por el agua resulta totalmente insuficiente en incendios de
gran energía a no ser que tuviéramos enormes cantidades, pues las calorías del
sistema hacen ineficiente el agua.
A nivel
práctico, la utilización real efectiva del agua en ataque directo suele ser en
forma de chorros o cortinas haciendo barridos rápidos arrastrando la llama
lejos de las emisiones de gases inflamables de forma que no consiga
alcanzarlos. Esta separación de la llama es momentánea, pero suficiente para
romper el tetraedro del fuego, al menos de forma frugal. Y aquí radica el
problema. Al ser una extinción momentánea y por ruptura de la reacción en
cadena (no tanto por refrigeración y sofocación), siguen existiendo gases inflamables
y siempre hay chispa, llama o brasa que pilote de nuevo la ignición y puede
reanudarse la reacción en cadena. Y esto es tanto más fácil que ocurra con la
presencia de viento (más oxígeno y más eficaz el transporte de focos calientes
que detonen la ignición). Por tanto, la separación de la llama que realizamos
con el uso de los tendidos de mangueras en realidad NO es una sofocación porque
siguen existiendo combustible gaseoso, que lleva implícito el calor y el
oxígeno. Lo único que hacemos es separar físicamente la llama (gases
inflamados) y con ello se para momentáneamente la reacción en cadena, produciéndose
la re-ignición cuando dejamos de aplicar agua a la zona.
En incendios de
alta intensidad los frentes de llama pueden llegar a alcanzan temperaturas mayores de 1000ºC. En estos casos, la pirolización de los combustibles va muy
por delante del frente de llama, por lo que no es posible detener el frente de
forma directa por existir grandes cantidades de gases ardiendo y estar gran
parte de los combustibles previos al frente de llama pirolizados (emitiendo
gases inflamables) y esperando para arder en cuanto consigan una fuente de
ignición. Y esto puede llegar a ser así desde decenas de metros antes del
frente de llama. La forma de tratar estos frentes debería ser similar a
incendios de gases en áreas urbanas. No se pueden apagar. Es imposible apagar
un gas por refrigeración. La única forma viable sería eliminar el combustible
(ataque indirecto) y/o evitar que se formen gases de pirólisis, quizás la única
forma posible de pararlo en ataque directo.
¿Podrían ser los geles una alternativa
eficaz para el ataque de frentes de llama en áreas de interfaz urbano forestal?
Los
gelificantes comenzaron a utilizarse en Reino Unido en 1958 con el agua viscosa
formada a partir del alginato, obtenido de algas. Existen también referencias
al poliacrilato de potasio como mejora, pero a día de hoy su uso no se ha
extendido, ha desaparecido o presenta un uso muy restringido. En pocos casos se
han propuesto para el ataque directo en incendios forestales. En frentes de
alta intensidad un gelificante resistente a altas temperaturas podría tener
ciertas ventajas en todos los aspectos tenidos en cuenta en los puntos
anteriores:
– Mejora
en la sofocación y separación más permanente de la llama:
Un
gelificante hace que el agua gelificada quede adherida al combustible formando
una capa más gruesa y más resistente por lo que hace más permanente la
sofocación y la posible ruptura de la reacción en cadena al ser más duradera la
separación que produciría del combustible con el oxígeno y la llama. Esto le
daría muchísima más efectividad a la extinción con viento que el agua. Arbusto
que apagas, arbusto que no arde, pues queda impregnado, refrigerado y evitando
la emanación de gases combustibles.
– Mayor
absorción de energía relativa:
Los
gelificantes suelen ser polímeros que añaden al agua a su red polimérica con
uniones más fuertes que los puentes de hidrógeno que une el agua entre sí, por
lo que cuesta más energía conseguir evaporarlo. Esto también haría más fácil
que el agua alcance los combustibles sin evaporarse al proyectarse con mucho
calor, pues el agua va más «protegida». Así
que prolongaría y acentuaría el efecto de refrigeración. Y esto lo haría en la
medida en la que aumente la energía a la que quede atrapada el agua. Y si el
gelificante además fuera resistente al calor… mejor.
– Poco
desperdicio de agente extintor:
Al
quedar adherido a los combustibles no drena al suelo. Un gelificante adherente
puede permitir que un gran porcentaje del agua quede adherido a los
combustibles sin apenas desperdicio. Las espumas también quedan adheridas, pero
en mucha menor proporción.
– Evita
la formación de gases de pirolisis:
Un
gelificante puede utilizarse en diferentes procedimientos al agua añadiéndolo a
combustibles no prendidos por delante del frente de llama. Esto formaría una
capa de agua gelificada protegiendo el combustible, y esto lo hará con mayor
tensión que el agua o espumas, por lo que mientras éste permanezca sobre el
combustible está ralentizando e impidiendo la formación y emanación de gases de
pirolisis en combustibles por delante del frente de llama. Esto puede
proporcionar mejores procedimientos de trabajo para intentar detener frentes de
grandes calorías pues la única forma de ataque posible pasaría por evitar la
formación de gases de pirólisis. Si
el gelificante es resistente al calor pueden formarse zonas de trabajo más
seguras para las dotaciones, pues puedes bajar la carga calórica de los
combustibles de forma previa a la llegada del frente. O casi ignifugarlo…
– Mejora
en las tareas de remate y control:
Si
utilizamos un gelificante resistente puede mejorar este aspecto al producir un efecto
prolongado de sofocación. Si el gel es lo suficientemente denso y
resistente puede llegar a conseguir la
sofocación de fuegos latentes evitando tareas de remate.
La utilización
de gelificantes en contra puede tener peor comportamiento en combustibles muy
densos o materiales porosos con combustión interna. En estos últimos podría
actuar por sofocación sólo si los cubre de forma eficiente.
Viendo las posibles
ventajas en la utilización de agente extintor en forma de gel adherente para
incendios de alta intensidad, estuve estudiando la consecución de un retardante
por absorción térmica y resistente al calor en forma de gel para intentar
conseguir todas estas ventajas y que fuera durante larga duración. Así podrían
detenerse las emanaciones de gases de pirólisis de forma eficiente. Idea que estoy intentando testar a mayor
escala. Esto mismo se podría realizar con el polifosfato de amonio gelificado. La
gran ventaja de un gelificante en frentes de alta intensidad puede ser que es
posible utilizar nuevos procedimientos para evitar la formación de gases de
pirólisis en los combustibles por delante del frente o como mínimo bajar la
intensidad y virulencia del incendio, pudiendo así intentar detenerse la gran
reacción en cadena de estos frentes, pues de otra forma, no es viable. La
aplicación eficaz de estos geles supondría un reto tecnológico adicional para
el desarrollo de nuevas herramientas de trabajo y evaluar las dosis eficaces
¿Qué os parece mi propuesta? Espero opiniones constructivas al respecto porque
de ello pueden depender nuestras vidas y las personas a las que protegemos.
Joaquín Gracia
Bombero de la Comunidad de Madrid
Fotografías por Joaquín Gracia (c)